De momento comparto este cuadro de una de las más sugerentes vistas de Madrid y un relato que gira sobre la vida que pulula por los alrededores de esa zona.
La última cena del conde Drácula
La luz de la Luna de marzo entra a
cuchillo por el ventanuco de una destartalada buhardilla de la calle
San Roque iluminando un viejo ataúd negro. Cruje la madera de las
vigas. El viento de la noche aúlla por las rendijas como ánimas del
purgatorio. Una mano huesuda y pálida empuja desde dentro la tapa
del féretro que se abre con un gemido de puerta vieja.
El anciano conde se incorpora
bostezando y estirando sus entumecidos brazos. Se atusa el canoso
cabello y se arregla como puede las arrugas de su polvorienta y
desgastada levita. Apartando telarañas se lava la cara en una
jofaina de porcelana desportillada. Luego, frente a un espejo vacío,
se pasa la lengua por los dientes y colmillos. El hambre aprieta. Se
pone la capa y baja a la calle por la estrecha escalera de madera
astillada.
La ciudad bulle. Los aromas de la
primavera inundan el aire. Entra en el “El Bocho” a tomarse un
caldo con jerez.
-Hombre, señor conde, cuanto bueno
por aquí. ¿Muy pronto sale hoy, no?- Le dice el barman.-Tengo una
sangre encebollá recién hecha, y sin ajo, como a usted le gusta,
que quita el sentío. ¿Le pongo una racioncilla?
-Eso ni se pregunta, pero primero ponme
un caldito que no estoy muy fino yo hoy. No he pegado ojo en todo el
día. Será la jodía primavera que me revuelve las entrañas.
El caldo le entona el cuerpo y después
de la sangre se pide una morcillita de Burgos. Con el estomago
caliente se levanta y golpea el mármol del mostrador con un billete
de diez en la mano.
-¡Ponme un Ciento Tres y cóbrate!
Se ventila la copa de un trago y sale a
la noche madrileña. Por la calle del Pez y la Corredera Baja llega
hasta los soportales de la plaza de los cines Luna, donde unos
vagabundos hablan de sus cosas compartiendo un cartón de Don Simón
y unos sobaditos del Spar, ahora regentado por unos chinos.
-Señor conde, eche usted un trago.-
le dice Mihail, un ingeniero ucraniano enorme y sonrosado que tiene
establecido su domicilio en esos soportales desde hace muchos años.
Por educación, no porque le apetezca, bebe del cartón.
-Esto sienta bien, que está la noche
fría. Por cierto: ¿ No irá usted por un casual para la zona de la
Plaza Mayor?
-Pues sí, tengo que pasar por allí.
-Estupendo, si no le importa me voy
con usted. Es que quiero ver a unos colegas que paran por
Cuchilleros.
El ingeniero se agarra del brazo del
conde y echan a andar. Es ciego de cuando Chernobyl. Se quemó la
cara y la tiene como un mapa, surcada de enormes cicatrices.
-Vamos pues, pero tengo que pasar por
el Tu y Yo a liquidar deudas con Ahmed.
-Muy bien-contesta Mihail-Así echamos
un vistazo al género-añade riendo su gracia.
Suben por Desengaño y bajan por
Ballesta hasta el antro que a esas horas hierve de actividad.
-Hombre, a quien tenemos por aquí, el
conde y la compaña-Les saluda Ahmed efusivo- Lilí, ponles un
güisquito a los señores.
Lilí, con los pechos al aire, les
sirve dos vasos de tubo de la botella del Dyk. Sobre su pecho
izquierdo un tatuaje reza “Yo también prefiero Sanders”.
-Siempre me ha gustado más tu pecho
izquierdo que el derecho-dice el conde con cortesía.
-Ya ve usted, que tendrá el uno más
que el otro.-Contesta Lilí meneándolos con gracia.
-Déjame tocarlos- dice el ciego
mientras tantea con las manos buscándolos- es para poder
compararlos.
-Quieto parao, que esto es un
topless-bar, pero el magreo no está incluido en la copa resalao-
dice Lilí sujetándole las manos- Ahora te pongo unos cacahuetes
para que te entretengas.
-Es que mis manos son mis ojos. Y si
todos miran de gratis, pues digo yo que tendré que tener derecho de
tocar, ¿no? A ver si los munipas os van a tener que cerrar el local
por discriminar a los minusválidos.
-Nos ha jodío, no es listo ni ná el
ingeniero.- Dice Lilí, y todos ríen.
El conde le entrega discretamente a
Ahmed unos billetes doblados.
-Lo prometido es deuda, ahí va lo que
te debo-. Ahmed los guarda sin contarlos.
-Si ya sé que usted es hombre de
palabra. Bueno señores, si pasan por Montera díganle a mi primo que
le estoy esperando.
El conde y el ucraniano salen del Tu y
Yo ya un poco tocados por la mano del Dios de los etílicos. Por no
bajar escaleras, y sobre todo por no oír los gritos de la Diva, una
mujer medio loca que pernocta en el paso subterráneo de la Red de
San Luis y con la que el conde tonteó en alguna ocasión, cruzan la
Gran Vía por arriba a la carrera dando tumbos y esquivando taxis que
pitan como demonios.
En los recreativos de Montera buscan al
primo de Ahmed pero nadie les da razón de él. Le dan el recado a
Walter Jesús, el encargado, un ecuatoriano sonriente que les invita
a un carajillo muy cargado, en vaso de plástico y hecho con el peor
coñac del mundo.
Cuando salen Montera abajo ya van
visiblemente cocidos. Se tambalean y saludan a diestro y siniestro a
prostitutas y chulos. En un descuido el ciego se estampa los morros
contra una señal de tráfico y ambos, la señal y él caen al suelo
con estrépito.
-¡Lo siento, lo siento!- dice el
conde intentando levantarle- Me he despistado saludando a estas
señoritas.
-Me cagó en todo lo que se menea-
maldice el ucraniano buscando a tientas su bastón y sangrando como
un gorrino por una ceja.-¡Y encima se me han caído los putos
cacahuetes!.
Dos brasileñas le ayudan a levantarse,
y el hombre aprovecha para tantear el terreno femenino. Lo meten a un
portal, donde a duras penas le limpian la sangre con unos clínex.
Luego, en agradecimiento, las invitan a unos pacharanes, y en esas
estaban cuando entra en el bar hecho una fiera el chulo de las
chicas, un malencarado hijo de puta de labio leporino y la emprende a
empujones e insultos con ellas.
-¡Oiga, caballero, haga el favor de
tratar con respeto a esta pareja de buenas samaritanas!-Le increpa el
conde enarbolando su bastón de puño de plata. El chulo saca a orear
una navaja automática y su diente de oro brilla amenazador
presagiando tragedias.
Una de las brasileñas le estampa la
botella de pacharán contra la cabeza y cae a plomo cuan largo es. Se
oyen las sirenas de la policía y salen todos por patas hacia la
Puerta del Sol, la cruzan y se meten en el Burguer King de la calle
Esparteros que a esas horas está casi vacío. Bajan a la planta
sótano y se sientan en una mesa.
Una de las chicas entra en el
servicio con Mihail y le limpia la cara con papel de váter mojado.
La otra sube a por unos Hapymiles y cervezas.
En un rincón una pareja de chinos se
mete mano y en otro un yonki se mete un chino.
Nuestros amigos se comen las
hamburguesas, las patatas, los petisuis, los actimeles y ríen
comentando la movida y jugando con los regalitos.
Luego, Mihail, con un trozo de papel de
váter pegado en la ceja se arranca a cantar lánguidamente ,con una
sorprendente y profunda, aunque algo cascada, voz de tenor, viejas
canciones de la guerra de España.
-“Aunque nos quiten el puente y
también la pasarela me verás pasar el Ebro en un barquito de
vela...”.
Su padre estuvo con las brigadas
internacionales, en Belchite ,y dejó al marcharse un hijo en el
vientre de una preciosa maña de la CNT, de ojos negros como el
carbón y labios rojos como el tizón. La búsqueda de ese hermano
perdido fue la excusa que le trajo a España al poco de quedarse
ciego pero no lo consiguió encontrar.
Por su parte el conde vino huyendo de
la miseria, como tantos rumanos, al haberse arruinado y haber visto
como su castillo era subastado y adquirido por la Disney tras la
llegada del capitalismo a su país.
La nostalgia se adueña de la
situación. Una de las brasileñas apoya su cabeza en el hombro del
conde. La visión de su precioso y largo cuello en el que se adivina
el tierno latido de la yugular excita al anciano que como quien no
quiere la cosa besa ese cuello de cisne y un raudal de adrenalina le
ciega. Con delicadeza hunde los colmillos sin que ella sienta dolor
alguno y bebe del preciado fluido vital que mana generosamente. Ella
no lo nota. Cree que son mordisquitos de amor y poco a poco,
dulcemente, se desvanece en un profundo sueño.
Mientras tanto, el yonki, que era cura
en las Barranquillas hasta que se enganchó al crack, está casando a Mihail
con la otra brasileña. Matrimonio de conveniencia. A ambos les
conviene. A ella para tener papeles comunitarios y poder vivir en el
lado bueno del mundo y a él para tener una mujer hermosa que le
alivie las heridas de la vida.
Farfulla latinajos mientras les bendice
con la mano con la que sostiene el papel de plata todavía humeante.
Luego se marchan los recién casados de luna de miel al polígono
Cobo Calleja en la carretera de Toledo, donde la chica tiene unas
amigas en un club de carretera que les darán cobijo.
En un arranque de romanticismo el conde
le pide al cura yonki que le case también a él con la otra
brasileña in artículo mortis. Durante la ceremonia se quita de uno
de sus dedos una valiosa y ancestral sortija con el escudo de armas
de su noble familia y lo pone en el anular de la chica que sigue
inconsciente.
Luego sale a la calle y subiendo por
Postas un hombre con gabardina, de la ancestral Liga Anti-vampírica
Internacional, se le echa encima, le derriba y sacando una estaca
afilada se la clava en el pecho al grito de “¡Vade retro
Satanás!”.
El conde queda tendido en el suelo. Un
último pensamiento de paz recorre su mente. En el fondo deseaba que
llegara este momento. Ya estaba cansado de vivir siempre con miedo,
huyendo de sus innumerables perseguidores.
La inmortalidad es demasiado larga, y
puestos a morir qué mejor que hacerlo en esta maravillosa y
enloquecida ciudad.
Enrique Romero
Madrid, mayo de 2008.